Varsovia, un aire verde en torno a Chopin

Unas líneas antes de que esos aires estivales dejen de entibiar la memoria. Un verano diferente me ha llevado hasta tierras alejadas de mi imaginario, pero cuyo bagaje cultural justifica cualquier alejamiento.
Aparte de los numeros monumentos arquitectónicos impresionante reconstruidos cuadros de Canaletto mediante (nadita más y nadita menos), de los que podría escribir tantas cosas, evocaré solamente una tarde en el parque Real de Varsovia. Pies descalzos al borde de una fuente inmensa y de un color verde ubicuo, junto a decenas y decenas y decenas de personas sentadas en filas de unos cien asientos, o sobre la hierba, o alrededor de la fuente. Todos al pie de una sombra de bronce que nos miraba desde su grandeza. Un Chopin inmenso, adentradísimo en esa su sombra imponente, vigilando, acariciando casi a los pianistas de la carpa amarilla de los conciertos. Salud por esos momentos rituales, junto a un público (mayormente) respetuoso del silencio que se impone (móviles impertinentes apagados generalmente gracias-a-dios), de los ojos cerrados que se imponen y de un tiempo largo que es el tiempo de los placeres verdaderos.